15 de agosto de 2007

Cuando pase el temblor (en Lima)


La historia de Lima está muy ligada a los temblores y terremotos, de hecho tenemos un mes dedicado a este fenómeno, Octubre, mes de los temblores y de hecho una de nuestras tradiciones más antiguas y populares, la procesión del Señor de los Milagros, también lo está, se supone que fue un antiguo temblor lo que reveló la naturaleza sobrenatural de este muro santo.
El día de hoy Lima vivió, otra vez, después de mucho tiempo, un movimiento telúrico de magnitud. Hasta el día de hoy esta característica tan limeña no había entrado en mi historia personal, de hecho hasta el momento sólo había vivido pequeños temblores, movimientos ridículos comparados al que se vivió el día de hoy.
Fue una sensación confusa, se supone que uno debe estar tranquilo, por su propio bien y el de los demás, sin embargo es muy difícil estarlo en esta situación. Ante la tierra vibrar no queda otra que temblar más. El piso ondulaba y te cuerpo se hacía gelatina. El cielo se iluminaba con los rayos, se iba el fluido eléctrico en los pabellones y a uno se le apagan las luces de los nervios. Los animales corrían despavoridos y nadie sabía hacia dónde ir. La remecida duró casi un minuto, según fuentes oficiales, dicen que fue terremoto por el grado en la escala Richter, hubo alerta de tsunami, las comunicaciones estaban cortadas y yo pensaba en mi pobre perrita sola en mi casa y con lo nerviosa que es. Me encontré con un señor que buscaba a la suya que se le había escapado casi a 5 cuadras atrás y que la buscaba a través de los anónimos que se cruzaron por su camino.
Una vez que la tierra paró la gente intentaba llamar o comunicarse con sus seres queridos, se juntaban a contarse lo ocurrido, encendían la radio para enterarse de las noticias. Todos pensaban en lo que había pasado hace minutos, yo pensaba en lo que pasó hace casi 33 años.
El último terremoto de gran intensidad que se registró en Lima ocurrió en 1974, el 3 de Octubre de ese año, como queriendo confirmar el dato de sentido común, la tierra vibró en las calles de esta ciudad, antes que fuera mi ciudad. Yo nací el primero de noviembre de ese mismo año y lo que pensaba minutos después del sismo de hoy, mientras los demás llamaban o se conectaban a internet -el único servicio que no colapsó- es qué habrá hecho mi madre cargándome en su panza ese tres de octubre casi un mes antes de mi nacimiento en medio de los escombros y la desesperación que seguro reinó en su barrio de Abajo el Puente.

8 de agosto de 2007

Cocina para dummies

Hoy tenía hambre y no se cocinar, gran dilema. Eran las diez de la noche, la panadería cierra temprano y ni que decir de los restaurantes, ni uno abierto a esa hora, ni siquiera los de pollo a la brasa, además pollo todos los días no es la voz, como no es la voz recurrir a lo que recurrí. Ayer fue sopita ramen para el alma fría. Con el puto frío que hacía la sopa se deslizó por la garganta y cayó en el estómago como la sopita de cabello de ángel de la vieja. Obvio, nunca es lo mismo, la sopa ramen es un paliativo momentáneo, pero no puedes estar todos los días con la misma dieta por más clima gélido que haga. Así no juega Perú. Entonces hoy estaba descartada la sopa. El yogur con corn flakes tampoco era la voz. El yogur está más frío que el clima. El estómago y el alma piden algo caliente y no hay nada a tres cuadras a la redonda. Ni siquiera el sanguchón tóxico de la Tía Veneno. Para esto ya había salido de mi cueva en busca de la presa caliente, caminaba y me encontraba con la luz apagada de la tía. Maldición, es martes y a la tía se le ocurre que ese día es su día libre. Veo la avenida, hay pocos carros a esa hora, ya no pasan ni combis y la neblina bloquea la visibilidad, pero ahí, al fondo, una luz en la calle, tenía que ser un carrito sanguchero, no había otra. Con la imagen de un pan con pollo en mis manos caminé esas cuadras, entre gente con cara de cansancio y otros con cara de no me mires broder. Por fin llegué. Era otra tía, pero ésta sería tía política porque nunca la había visto por estos lares. Le encontré con una clienta que le pidió alitas broster pa llevar, mientras cantaba una balada para secretarias románticas que escuchaba en sus audífonos, ajena al frío y a la humedad. La verdad vi las papitas fritas y me provocó. La palabra broster me remitió inmediatamente a las tardes domingueras con Kentucky, con barril en la mesa y cada quien cogiendo su presa con la mano. Uffffff. Lo pedí pa llevar también.
La tía ya tenía las papas listas, las acababa de sacar de la sartén donde seguía hirviendo el aceite color gasolina. El pollo lo tenía en un balde, no como los de Kentucky sino en su versión chicha. Nada de eso importó, ya para ese momento pensaba con el estómago. Cruce la avenida, atravesé el parque, abrí mi puerta, subí las escaleras, otra puerta, era el último obstáculo. Me senté, abrí la bolsa de plástico. Y ahí pude ver la triste realidad de la independencia, el amargo sabor que deja ser un soltero que no sabe cocinar. En el plato de plástico se exhibía lo peor de la comida de medianoche, la decadencia del fast food de tres lucas. Un trozo de pollo medio amarillo barnizado en aceite de avión flotando en un cúmulo de papas sobresaturadas de grasa, y encima ese combo maquillado con todas las cremas. Lo vi y me dio pena. Pero que hacía pues, el críter pedía su ración de alimento, y con el críter que tenemos en el estómago no se juega. Caballero nomás, a la guerra. Empecé por la papas, las alucinaba menos tóxicas. Mentira. Seguí con el pollo, que ya lo veía tóxico, pero era radioactivo. Perdí la batalla y quedó herido el combatiente a los diez minutos de iniciado el match. No me recuperé, no pudieron las tacitas de manzanilla ni anís contra la sartén de aceite y el balde de grasa.
Estoy herido, perdí la batalla, pero la comida da revanchas. Lo he decido, voy a cocinar. Voy a comprar ese manual de guerra que es Cocina para Dummies para dejar de ser un dummie que a las diez de la noche sale al frío de la avenida a intoxicarse del veneno de las tías medianocheras con su carretilla de fritangas al paso.

7 de agosto de 2007

La vida a finales de los veinte


Ahora te recuerdo: salías de la universidad, con cartón nuevo, dispuesto a vivir el mundo, con tus primeros trabajos, la independencia ganada y las ganas intactas. En ese entonces te cagabas de risa de todo, el mundo era ancho y ameno y la fiesta interminable. Una vez en tu piso hicieron fiesta solo para tener excusa de estrenar ropa, los más frívolos, los más felices, despreocupados de todo, chupábamos chela porque queríamos, le entrábamos al vino porque era in y al vodka para variar, llamábamos a las 8 o 9 y la gente aparecía nomás, no había planes, se inventaban en el momento, todo era al momento, la vida era una colección de momentos. Y si no era en tu piso, a bailar fuera, empezabas a vivir de noche, conociste que la semana acababa miércoles, que es posible seguir trabajando viernes sin dormir y que era más divertido aún, que queda mucha vida para dormir, que despierto es cuando todo sucede. Experimentabas tus primeras idas a bares y discos donde va toda la gente, la misma gente que iba inundando tu msn, la misma de todos los jueves y viernes y sábados y tooooodos los fines de semana en la playa. Y las semanas pasaban, conocías a más gente, más amigos de amigos que se hacían tus amigos, más amigas, organizabas almuerzos, cenas y previos en tu piso. Tú depa ahora, la nueva casa. Toda pasaba rápido, no pensabas, te involucrabas con una, dos, muchas personas, se quedaban a dormir, a almorzar, cenar, hacer previos y era cague de risa, veaín tv en la tele nueva o una pela de alquiler, daba lo mismo, nunca acababan de ver y de nuevo la rueda vuelta a girar. Todo giraba a tu alrededor. La casa era el centro de gravitación social, alrededor los amigos, amigas, personas, chelas, vinos, artefactos, girando cual satélites del placer mundano abiertos a tus sentidos. Conociste el dinero plástico: visa, mastercard, las querías todas, todas en la billetera, cada vez más gorda, más greedy. Los trabajos mejoraban, el pago también, por lo tanto tu capacidad de consumo aumentaba, más ropa, más trago, más fast food, más artefactos, el dvd, el equipo estéreo, el home theater, la laptop y todas las maravillas tecno de moda. Los amigos también andaban en las mismas, en sus trabajos, con sus relaciones, se emparejaban y desemparejaban con facilidad y todo con música de The Smiths, el soundtrack de finales de los veinte, sonando en volumen veinte en el equipo del carro, el primer carro, el que más vas a querer, el que compraste con el dinero ahorrado de tus trabajos, el que te acompañó por primera vez de viaje a las playas del norte con los amigos, el que se malogró yendo al cine con la que era tu chica, la chica con la que ibas a la playa, la que se quedaba en tu cuarto, la que venía con su mochila los fines de semana y que se estacionó un tiempo en la cochera de tu vida, mientras cocinaban pastas y hacían canchita para ver pelas, esas que te gustaban entonces, las películas europeas o de ciertos directores, que comentabas con aire de nuevo conocedor en la materia en los primeros restaurantes gourmet a los que entrabas con tu chica y donde pedías sin saber qué pedías y de dónde salías sin rumbo, caminando por las calles de Barranco o Miraflores, claro si es que no sonaba el celular y la noche recomenzaba al ritmo de los amigos y sus parejas, bailando hasta el amanecer y yéndose cada uno a sus depas en la noche gris de Lima, la Lima que devorábamos cada sábado como animales hambrientos y hermosos que éramos en aquella época simple de la vida. Ahora me pregunto: y si todo era tan simple, cuándo se complicó todo, cuándo apareció el estrés, las obligaciones, el trabajo para ayer, cuando se acabó la fiesta y empezó la resaca.



(Continuará en "La vida a comienzo de los treinta" de próxima aparición)

22 de julio de 2007

De la selva sus Macondos

No es casualidad que esté releyendo Cien Años de Soledad por cuarta vez, ésta echando un ojo al estilo, tratando de descubrir cómo hizo ese embaucador llamado Gabo para hacerme creer a mi y a muchos en ese mundo desbordado lleno de personajes desquiciados y empresas delirantes. Leo la historia, miro a mi alrededor y veo las similitudes entre el mundo de la sabana colombiana y el mundo que se abre a una hora diez minutos en avión desde Lima, en medio de la selva alta del Cusco, en la provincia de La Convención, distrito de Echarate.

Es la quinta vez que vengo por estos lares abandonados por el Estado y sus autoridades y siempre me sorprendo del paisaje prehistórico que se alza imponente alrededor de minúsculos pueblos, construcciones humanas siempre frágiles ante la presencia verde por doquier. Del paisaje, un elemento que destaca es el sistema nervioso que compone la red de ríos, riachuelos y quebradas que cruzan el verde, bañando todos sus rincones, dejando playas y orillas llenas de gigantescas rocas descubiertas. Razón tenía Gabo al describir en las primeras páginas de su libro, describiendo al Macondo de sus primeros días como atravesado por un río de aguas diáfanas con rocas que parecían huevos prehistóricos. Así son. Uno mira esas rocas y tiene la impresión que en cualquier momento saltaran los personajes de Jurasik Park. Que algún hijo de terodáctilo o tiranosaurio nacerá de la roca como por arte de magia chamán y zas, te dará el zarpazo de la mala hora, y quedarás regado en medio del río, expuesto a los bichos y alimañas, en perfecto estado de descomposición ecológica. Exagero claro. Pero así es el primer paralelismo entre la obra que leo y la realidad que transito estos días.

Me encuentro trabajando en estos lares. Mi trabajo implica visitar comunidades nativas y asentamientos de colonos en las inmediaciones del más grande proyecto de hidrocarburos del país, Camisea. La primera vez que tuve que venir me impresionó observar desde el aire esa herida a lo largo de la selva que constituía la línea por donde pasaba el tubo que transporta el gas desde la selva hasta nuestras casas en la comodidad de Lima. Hoy me tocó palpar la herida, caminar por la selva y pensar cómo habrán hecho los ingenieros para abrirse camino por estas cumbres boscosas, cuánto esfuerzo humano habrá sido necesario. Andaba en esas cavilaciones cuando a lo lejos diviso una construcción, me fui acercando y mis compañeros del proyecto me explican que es una estación de bombeo, una de las más importantes. Cuando llego compruebo que es una maravilla de la ingeniería y el esfuerzo humano, en medio de la nada, en la purita selva, ahí, un complejo lleno de válvulas y motores y a los costados obreros y capataces trabajando en la montaña, en el afán de construir una especie de Macchu Picchu parte dos. Inmediatamente se me vino a la mente las empresas delirantes de los Buendía, el camino que quiso abrir el fundador a fuerza de brazo y machete para llegar hacia los inventos de la humanidad, la ruta naviera que improvisó el bisnieto en un río con piedras prehistóricas tratando de hacer llegar barcos al pueblo, por ejemplo. Las empresas delirantes están ahí, en la realidad y en la ficción que imita a la realidad.

En el libro se narra las diferentes edades del pueblo a lo largo de los cien años de soledad de la familia Buendía. El pueblo pasa a ser de una aldea de chozas de cañabrava a un pueblo con calles pavimentadas, comercios de todo tipo y comunicado con su país. En el lugar donde estoy puedo ver todas las épocas de Macondo en un mismo tiempo, a la vez, conviviendo a kilómetros de distancia el pueblo de techos de palma con el pueblo con mercado estilo platillo volador. Los primeros son comunidades muy tradicionales, poco conectadas con el tren de la modernidad, cuyos pobladores hablan una lengua que imagino parecida a la que hablaban los indios sirvientes en la casa de los Buendía. Y a tres horas por carretera o quince minutos en helicóptero está el centro poblado, haciendo esfuerzos por engancharse al tren de la modernidad, donde las casas de material noble ahora son mayoría, con servicios públicos como luz y agua potable, no teléfono pero sí Internet en cabinas públicas. Es un pueblo de una sola calle principal donde pasa todo, donde están todos los comercios, los restaurantes, los hostales, alojamientos y la policía. Así me imagino al Macondo de los últimos tiempos, antes que llegara el ciclón de la soledad y arrasara con todo el pueblo y la estirpe de los Buendía.
Sobre el pueblo no puedo hablar mucho, no conozco a muchas personas como para poder hacer un paralelismo con los personajes de la novela donde los hombres viven en un estado de cordura desquiciada y las mujeres soportando las vicisitudes de la vida y de sus hombres. Lo que sé es que los hombres y mujeres de esta parte del Perú aparentemente andan cuerdos, aunque la presencia del clásico loco inofensivo de plaza me haga dudar de la cordura de sus paisanos y me haga pensar en mis paralelismos con la obra de Gabo porque en ésta los personajes andaban medio locos pero no había un loco de remate que paseara por Macondo semidesnudo, hablando, discutiendo y riendo consigo mismo, como lo hace el que veo todas las tardes en la plaza de Kiteni.

19 de junio de 2007

El enemigo en la espalda

Soy Billy The Kid, ladrón de bancos
Y como voy herido por la espalda,
Sé dónde voy

Soy un hombre herido por la espalda.
Y voy hacía tu cercano corazón.
Delta down, delta down.
What´s that flower you have on?
Luis Hernández
Son las 4:20 de la mañana de un invierno feroz, que cala hasta los huesos y traspasa la colcha de plumas y la frazada gruesa, y ahí estoy yo, luchando contra mi propio cuerpo que se resiste a descansar a pesar del sueño. No hay opción a esa hora, es cuestión de encontrar la mejor posición posible, no la más cómoda, sino aquella que te permita llegar a las 7:00 con unas horas más de sueño. El enemigo que ataca a esas horas no es externo, está ahí, a una cuarta del cuello, en el medio de la puta espalda que antes servía de apoyo al sueño, y ahora se ha convertido en cómplice de la vigilia forzada.

Antes me encantaba la posición fetal, no encontraba mejor forma de empezar el sueño que enrollarme, apoyar una mano debajo de la cabeza y emprender el viaje nocturno, siempre de un tirón, de largo, hasta la luz del día. Ahora intento esa posición y presiento el viaje interrumpido a mitad de la noche. La columna ya no se alinea, algo falla y se hace notar. Se que esa no es la posición y vuelvo al boca arriba, sin almohada para que la columna no se doble más de lo que debe estar. Igual la noche se interrumpe. Entre sueños invento posiciones nuevas del descanso, algunas inverosímiles. Inútilmente vuelvo a la posición fetal, pero esta vez más enrolladito, nada, no funka. Intento el boca abajo, sin almohada también, se alivia un poco la espalda pero se resiente la cabeza que no encuentra ubicación. Finalmente, derrotado, la más absurda, arrodillado, la espalda doblada y la cabeza apoyada, y así logro un poco de paz para ese dolor cobarde que ataca por la retaguardia. No sé cuál será la próxima posición, lo único que sé es que el enemigo me obligará a inventarla. Me imagino durmiendo sentado, expulsado de la cama y recluido en el sillón de la sala.

Un día fui al doctor a tratar de combatir al enemigo y pensaron lo peor. Había un rostro maligno es esa mancha que aparecía en la radiografía, un rostro como de cangrejo intuyo. Me hicieron pruebas, análisis, preguntas, y no atinaron a saber. El cangrejo huyó caminando hacia atrás. Quizá él no es el enemigo o quizá sólo se ha agazapado para emprender el ataque final que ahora me expulse del sillón a dios sabe dónde. O quién sabe, quizá mi alma tuvo la gracia de aparecerse a través de los rayos x, como dijo alguien, pero sólo una vez, para locura de enfermeras y doctores.

Un día leí que Luis Hernández, el poeta, sufría alucinantes dolores de espalda que calmaba con sedantes en dosis industriales. Leí también que un día su mujer, o su frazadita como él la llamaba, lo curó de nada. No tenía nada. El dolor nacía sin causas físicas conocidas por la ciencia. El dolor era otro. Quién sabe si necesito una frazada igual? Un día intenté calmar el mío con un simple panadol. No funcionó, como tampoco funcionó el Sosegón de Luis. Claro que mi dosis, a comparación de la suya, no era industrial sino artesanal, improvisada, una gota en el mar de química que se inyectaba a diario el poeta. Sin embargo, a diferencia de los químicos, la física del dolor nos hermana. Intuyo las noches de Luis y me solidarizo con su humanidad, hasta puedo decir que entiendo mejor sus palabras. Yo también amanezco algunos días herido por la espalda y por eso sé dónde voy, a buscar una frazadita para el abrigo en este invierno crudo.

12 de junio de 2007

La primera en irse

Para qué sirve el Messenger o el hi5? Ahí están los más de 100 contactos, los ves conectados, cambiar sus fotos y sus nicks, en suma, sabes que existen, que están y para eso sirve el programita, para saber qué es de la vida de la gente que apenas ves. Pero qué pasa cuando sabes que un contacto nunca más se va a conectar. Y no porque te bloqueó, dilema menor. Sino porque ya es ida.
Hace un poco más de dos años me enfrente a esa situación. Fue la primera vez que sabía que uno de mis contactos ya no existía, que ya no estaba, que se había ido por la puerta falsa, siguiendo la luz roja de escape de la película de su vida. Ahí está su correo abandonado, empolvándose en algún disco duro perdido de alguna computadora insensible a la ausencia.
Nunca ponía su foto en el display, así que no se guarda su imagen en la fría pantalla. Solo ponía su nombre y a veces apellido. Nunca un mensaje, algo a través de lo cual saber qué pensaba, qué sentía, porqué. Sus señales eran más sutiles, se expresaba con sus ojos, con su palabra o con su cuerpo.
Una vez la vi ida antes que se fuera. Esa vez fueron sus ojos. Estaban a un millón de años luz de casa. Otra vez fue su palabra que no decía nada, sólo que algo andaba mal. Y siempre era su cuerpo el que sufría cuando trataba de calmar la tormenta entre sus sienes.
Su historia pasada era tema para el chisme pasado de moda, para la comidilla sin importancia de fábulas que nadie había nunca verificado y que seguro llegaban distorsionadas o amplificadas en el parlante del morbo. Yo viví su historia presente, era la que me importaba.
Creo haber sido de los últimos en chambear con ella. Nos entregó un poco de su alegría exterior. Siempre queriendo ir más allá, pedía lo más difícil, lo que la confrontara con una realidad dura y distante que quería conocer y vivir. Algo buscaba en esas aventuras, alguna verdad perdida que no encontraba, y no encontró. Buscaba en esas otras realidades algo que no encontraba en la suya. Por eso estudió lo que estudió, lástima que no fue psicología o psicoanálisis.
Hasta hace poco no la borraba de mis contactos, un día, hace poco, lo hice, ya no está en mis contactos, ya no la contacto así. Ahora la recuerdo con la amabilidad con que siempre me trató, con sus saludos táctiles y amistosos, y esas ganas de vivir que emanaba de su vida, pero que no fueron suficientes para su muerte.

19 de mayo de 2007

La primera vez

Cuando pensé este post lo último que se me ocurrió fue escribir sobre el primer beso o sobre la primera vez. No. No seamos huachafos y seamos sinceros. El primer beso es uno que se da o se recibe de manera torpe, y que se puede decir de la primera vez, dos novatos casi cero kilómetros en esto de manejar por carretera de noche.
Hay otras primeras veces que sin ser tan marketeadas como estas primeras, de verdad dejan una huella que dan ganas de decir: me gustaría vivirlas otra vez como si fuera la primera vez. No significa que se hayan hecho por primera vez y ya no se pueda volver a hacer, al contrario se pueden volver a hacer una y otra vez, pero ninguna como la original y primera. Aquí algunos ejemplo que a mí me marcaron:

Escuchar el Dark Side of the Moon
El otro día vi en la tele un especial acerca de cómo se hizo este disco de Pink Floyd, ahí David Gilmour mencionaba que él nunca había tenido la oportunidad de escuchar este álbum por primera vez y que le hubiera gustado vivir esa experiencia. En realidad entendí al tipo. Recuerdo esa primera vez como un viaje sónico. Fue en el depa de un amigo de la Resi San Felipe donde estábamos tres patas reunidos. Ya estábamos en la universidad y ellos ya tenían escuchando Pink Floyd desde el cole. Yo no, llegué a ese departamento sólo con el The Wall en mi bagaje musical.
El ambiente además se prestaba: conversa de patas, chelas, un poco de hierba. No me acuerdo que estábamos escuchando antes. La cuestión es que salió el tema de este disco fundamental. Nunca has escuchado ese disco, me dijeron. No te pases!!! Y zas, pusieron el primer track Speak to me-Breathe, siguió la pastrula On the Run, así todo ese discazo, pasando por la que considero la mejor canción no sólo de ese disco, sino del grupo Us and Then. Cuando llegó a Brain Damage y finalmente Eclipse mi forma de entender la música había cambiado.
Desde ahí he seguido al grupo, tengo casi todos sus discos, por supuesto los más importantes en original, incluyendo la edición remasterizada del Dark Side. He escuchado con diligencia lo demás y me gusta mucho. He seguido a Gilmour y Waters como solistas y mostro también. Pude ir al mejor concierto dado en Lima, el de Waters y confirmó que mi gusto está en lo correcto.
En ese concierto escuché todito el Dark Side en vivo, vi el prisma de luz bañando a la gente con su arco iris de láseres, vi el virtuosismo de Waters y compañía, escuché Us and Then y en general fue una noche de hechicería en todo el sentido de la palabra.
Pero después de todo nada como esa primera vez a ritmo de psicodelia y ambiente de humo dulce.

Enfrentarme a una computadora
Fue a mediados de los ochenta cuando Plaza San Miguel moría lentamente de inanición de consumidores, cuando la Universitaria no llegaba a La Marina y los muchachos para llegar al centro comercial atravesábamos la huaca. A pesar que muchas tiendas cerraban, a nosotros nos gustaba ir porque existía un almacen llamado Sears que resistía la muerte a punta de pequeñas ventas.
Ahí fue que llegaron esos primeros aparatos que se llamaban computadoras y que en los catálogos prometían arreglarnos las vidas. Para esto yo tenía algunas revistas donde se veían juegos, llenos de aventuras y entretenimiento. Fue esa la primera motivación para pararme frente a una Sinclair ZX Spectrum de 48k. Con ese nombre era como si se llamara Goliat El Maldito y yo hubiese sido un minúsculo David analfabeto en su nuevo lenguaje de comandos e instrucciones.
En una mezcla de no saber qué hacer y ante la publicidad engañosa que decía que esas máquinas tenían todas las respuestas, la ingenuidad me ganó. Me acerque a la pantalla, ahí me esperaba un cursor parpadeante, como observando a este incompetente que quería extraer alguna respuesta de su memoria. Vi las teclas y no atine a otra cosa que escribir una pregunta para examen de down: quién descubrió América?. Así como lo ven, igualito lo puse.
Lo único que obtuve de respuesta fue un desconcertante: syntax error. No sabía que significaba, y ahí seguía el cursor esperando, puedo decir que noté en su parpadeo una tímida sonrisa burlona. Fugué de vuelta por la huaca, decepcionado, no de que no pudiera responderme, sino de saber que era yo quien no sabía extraerles una respuesta.
A los días volví al centro comercial, ya no tenía pensado volver a desafiarla, pasé a su lado y vi a un chibolo con su uniforme escolar escribiendo en la computadora y ni un mensaje de error. El chibolo no era nada del otro mundo, un escolar más, ni lentes tenía. Pero me di cuenta que no era uno mas cuando apretó el mismo Enter que yo días atrás y ante sus ojos apareció un jueguito, simple pero juego al fin. Vi un puntito rebotando en una línea y desapareciendo cubos arriba. Oh Maravilla, oh genio de la era informática, me di media vuelta, cruce la huaca y decidí no saber nada de computadoras por mucho tiempo.
De ahí pasaron años hasta que me enfrenté a otra computadora, ya en otro contexto, ya sabía de lo que eran capaces y estaba aprendiendo a usarlas. Ahora recuerdo esa primera vez con nostalgia de una ingenuidad perdida.

Ir a votar en las elecciones
Me acuerdo que la primera vez se trataba de las elecciones presidenciales de Fujimori contra Peréz de Cuellar, el actual presidente contra el anterior Secretario General de las Naciones Unidas.
Claro, en ese tiempo no sabía mucho de política. No sabía más que el chinito tenía harta popularidad y que era seguro que se la lleve, y que su contrincante tenía buena imagen pero proyectaba ancianidad, lentitud y aristocracia.
En fin eso no nos preocupaba, sólo sabíamos que ir a votar era un chongo pues toda la generación de nuestro barrio y barrios vecinos se juntaba en el mismo local y era ocasión propicia de ver a patas que hacía tiempo no veías, a chicas que antes te gustaban y enterarte los últimos chismes de quién se fue del país o quién salió embarazada, los destinos más recurrentes en esa época.
Nos juntamos un grupazo de cómo quince forajidos y nos fuimos en patota a IPAE (hasta ahora voto ahí). Como prometía, ahí nos encontramos con toooodo el mundo. Amigos, amigas, ex con licencia, sin licencia, choqueyfugas, con placa, sin placa. Todo el zoológico reunido. Hablamos, comimos algo, hicimos todo menos votar. A golpe de cierre de hora de votación entramos a la carrera, no sabíamos nuestra aula, ni por quién marcar. Acordamos marcar pichulitas en las cédulas. El chongo y el reencuentro de camaradas ameritaban esta decisión. Luego de poner mi respectiva pichulita, manchar mi dedo y pegar mi sticker en mi electoral (no cambiaba a DNI aun) salimos a comprar un trago, ir al parque y conversar de cualquier huevada menos de las elecciones.

Hay muchas otras que se me escapan. Pienso por ejemplo en la primera vez que visité el Cusco, aún cuando fue en un cojudísimo viaje de promo. Pienso en la primera vez que viaje fuera del país, tantas horas de mar montado en ese pájaro de acero para llegar literalmente a otro mundo, el primer mundo. Pienso en la primera vez que actúe con ese grupo entrañable llamado Caseta Azul en una obra que se llamó Sueño de una Noche de Verano. Pienso en la primera vez que vi alguna película, como despedida de soltero (colaboración de RChY), me cague de risa toda la película, soñaba con una despedida igual, y cuando apareció el burro, aseguré que era la mejor comedia que jamás había visto. Pienso en cuando jugué la ouija por primera vez y la sensación de piel de gallina, signo de un miedo profundo en todo el grupo que nos reunimos al ver a ese puntero moverse solo y responder preguntas imposibles.
En fin, tantas cosas, espero nomás que no se acaben en algún momento estas sensaciones, no llegar a un momento en que no haya algo nuevo que vivir. Y si ese momento llega, no lo dudes broder, comienzo a hacer mi lista, preparo con todo estas segundas veces y seguro escribiré un post que se llamaría La segunda vez.