15 de agosto de 2007

Cuando pase el temblor (en Lima)


La historia de Lima está muy ligada a los temblores y terremotos, de hecho tenemos un mes dedicado a este fenómeno, Octubre, mes de los temblores y de hecho una de nuestras tradiciones más antiguas y populares, la procesión del Señor de los Milagros, también lo está, se supone que fue un antiguo temblor lo que reveló la naturaleza sobrenatural de este muro santo.
El día de hoy Lima vivió, otra vez, después de mucho tiempo, un movimiento telúrico de magnitud. Hasta el día de hoy esta característica tan limeña no había entrado en mi historia personal, de hecho hasta el momento sólo había vivido pequeños temblores, movimientos ridículos comparados al que se vivió el día de hoy.
Fue una sensación confusa, se supone que uno debe estar tranquilo, por su propio bien y el de los demás, sin embargo es muy difícil estarlo en esta situación. Ante la tierra vibrar no queda otra que temblar más. El piso ondulaba y te cuerpo se hacía gelatina. El cielo se iluminaba con los rayos, se iba el fluido eléctrico en los pabellones y a uno se le apagan las luces de los nervios. Los animales corrían despavoridos y nadie sabía hacia dónde ir. La remecida duró casi un minuto, según fuentes oficiales, dicen que fue terremoto por el grado en la escala Richter, hubo alerta de tsunami, las comunicaciones estaban cortadas y yo pensaba en mi pobre perrita sola en mi casa y con lo nerviosa que es. Me encontré con un señor que buscaba a la suya que se le había escapado casi a 5 cuadras atrás y que la buscaba a través de los anónimos que se cruzaron por su camino.
Una vez que la tierra paró la gente intentaba llamar o comunicarse con sus seres queridos, se juntaban a contarse lo ocurrido, encendían la radio para enterarse de las noticias. Todos pensaban en lo que había pasado hace minutos, yo pensaba en lo que pasó hace casi 33 años.
El último terremoto de gran intensidad que se registró en Lima ocurrió en 1974, el 3 de Octubre de ese año, como queriendo confirmar el dato de sentido común, la tierra vibró en las calles de esta ciudad, antes que fuera mi ciudad. Yo nací el primero de noviembre de ese mismo año y lo que pensaba minutos después del sismo de hoy, mientras los demás llamaban o se conectaban a internet -el único servicio que no colapsó- es qué habrá hecho mi madre cargándome en su panza ese tres de octubre casi un mes antes de mi nacimiento en medio de los escombros y la desesperación que seguro reinó en su barrio de Abajo el Puente.

8 de agosto de 2007

Cocina para dummies

Hoy tenía hambre y no se cocinar, gran dilema. Eran las diez de la noche, la panadería cierra temprano y ni que decir de los restaurantes, ni uno abierto a esa hora, ni siquiera los de pollo a la brasa, además pollo todos los días no es la voz, como no es la voz recurrir a lo que recurrí. Ayer fue sopita ramen para el alma fría. Con el puto frío que hacía la sopa se deslizó por la garganta y cayó en el estómago como la sopita de cabello de ángel de la vieja. Obvio, nunca es lo mismo, la sopa ramen es un paliativo momentáneo, pero no puedes estar todos los días con la misma dieta por más clima gélido que haga. Así no juega Perú. Entonces hoy estaba descartada la sopa. El yogur con corn flakes tampoco era la voz. El yogur está más frío que el clima. El estómago y el alma piden algo caliente y no hay nada a tres cuadras a la redonda. Ni siquiera el sanguchón tóxico de la Tía Veneno. Para esto ya había salido de mi cueva en busca de la presa caliente, caminaba y me encontraba con la luz apagada de la tía. Maldición, es martes y a la tía se le ocurre que ese día es su día libre. Veo la avenida, hay pocos carros a esa hora, ya no pasan ni combis y la neblina bloquea la visibilidad, pero ahí, al fondo, una luz en la calle, tenía que ser un carrito sanguchero, no había otra. Con la imagen de un pan con pollo en mis manos caminé esas cuadras, entre gente con cara de cansancio y otros con cara de no me mires broder. Por fin llegué. Era otra tía, pero ésta sería tía política porque nunca la había visto por estos lares. Le encontré con una clienta que le pidió alitas broster pa llevar, mientras cantaba una balada para secretarias románticas que escuchaba en sus audífonos, ajena al frío y a la humedad. La verdad vi las papitas fritas y me provocó. La palabra broster me remitió inmediatamente a las tardes domingueras con Kentucky, con barril en la mesa y cada quien cogiendo su presa con la mano. Uffffff. Lo pedí pa llevar también.
La tía ya tenía las papas listas, las acababa de sacar de la sartén donde seguía hirviendo el aceite color gasolina. El pollo lo tenía en un balde, no como los de Kentucky sino en su versión chicha. Nada de eso importó, ya para ese momento pensaba con el estómago. Cruce la avenida, atravesé el parque, abrí mi puerta, subí las escaleras, otra puerta, era el último obstáculo. Me senté, abrí la bolsa de plástico. Y ahí pude ver la triste realidad de la independencia, el amargo sabor que deja ser un soltero que no sabe cocinar. En el plato de plástico se exhibía lo peor de la comida de medianoche, la decadencia del fast food de tres lucas. Un trozo de pollo medio amarillo barnizado en aceite de avión flotando en un cúmulo de papas sobresaturadas de grasa, y encima ese combo maquillado con todas las cremas. Lo vi y me dio pena. Pero que hacía pues, el críter pedía su ración de alimento, y con el críter que tenemos en el estómago no se juega. Caballero nomás, a la guerra. Empecé por la papas, las alucinaba menos tóxicas. Mentira. Seguí con el pollo, que ya lo veía tóxico, pero era radioactivo. Perdí la batalla y quedó herido el combatiente a los diez minutos de iniciado el match. No me recuperé, no pudieron las tacitas de manzanilla ni anís contra la sartén de aceite y el balde de grasa.
Estoy herido, perdí la batalla, pero la comida da revanchas. Lo he decido, voy a cocinar. Voy a comprar ese manual de guerra que es Cocina para Dummies para dejar de ser un dummie que a las diez de la noche sale al frío de la avenida a intoxicarse del veneno de las tías medianocheras con su carretilla de fritangas al paso.

7 de agosto de 2007

La vida a finales de los veinte


Ahora te recuerdo: salías de la universidad, con cartón nuevo, dispuesto a vivir el mundo, con tus primeros trabajos, la independencia ganada y las ganas intactas. En ese entonces te cagabas de risa de todo, el mundo era ancho y ameno y la fiesta interminable. Una vez en tu piso hicieron fiesta solo para tener excusa de estrenar ropa, los más frívolos, los más felices, despreocupados de todo, chupábamos chela porque queríamos, le entrábamos al vino porque era in y al vodka para variar, llamábamos a las 8 o 9 y la gente aparecía nomás, no había planes, se inventaban en el momento, todo era al momento, la vida era una colección de momentos. Y si no era en tu piso, a bailar fuera, empezabas a vivir de noche, conociste que la semana acababa miércoles, que es posible seguir trabajando viernes sin dormir y que era más divertido aún, que queda mucha vida para dormir, que despierto es cuando todo sucede. Experimentabas tus primeras idas a bares y discos donde va toda la gente, la misma gente que iba inundando tu msn, la misma de todos los jueves y viernes y sábados y tooooodos los fines de semana en la playa. Y las semanas pasaban, conocías a más gente, más amigos de amigos que se hacían tus amigos, más amigas, organizabas almuerzos, cenas y previos en tu piso. Tú depa ahora, la nueva casa. Toda pasaba rápido, no pensabas, te involucrabas con una, dos, muchas personas, se quedaban a dormir, a almorzar, cenar, hacer previos y era cague de risa, veaín tv en la tele nueva o una pela de alquiler, daba lo mismo, nunca acababan de ver y de nuevo la rueda vuelta a girar. Todo giraba a tu alrededor. La casa era el centro de gravitación social, alrededor los amigos, amigas, personas, chelas, vinos, artefactos, girando cual satélites del placer mundano abiertos a tus sentidos. Conociste el dinero plástico: visa, mastercard, las querías todas, todas en la billetera, cada vez más gorda, más greedy. Los trabajos mejoraban, el pago también, por lo tanto tu capacidad de consumo aumentaba, más ropa, más trago, más fast food, más artefactos, el dvd, el equipo estéreo, el home theater, la laptop y todas las maravillas tecno de moda. Los amigos también andaban en las mismas, en sus trabajos, con sus relaciones, se emparejaban y desemparejaban con facilidad y todo con música de The Smiths, el soundtrack de finales de los veinte, sonando en volumen veinte en el equipo del carro, el primer carro, el que más vas a querer, el que compraste con el dinero ahorrado de tus trabajos, el que te acompañó por primera vez de viaje a las playas del norte con los amigos, el que se malogró yendo al cine con la que era tu chica, la chica con la que ibas a la playa, la que se quedaba en tu cuarto, la que venía con su mochila los fines de semana y que se estacionó un tiempo en la cochera de tu vida, mientras cocinaban pastas y hacían canchita para ver pelas, esas que te gustaban entonces, las películas europeas o de ciertos directores, que comentabas con aire de nuevo conocedor en la materia en los primeros restaurantes gourmet a los que entrabas con tu chica y donde pedías sin saber qué pedías y de dónde salías sin rumbo, caminando por las calles de Barranco o Miraflores, claro si es que no sonaba el celular y la noche recomenzaba al ritmo de los amigos y sus parejas, bailando hasta el amanecer y yéndose cada uno a sus depas en la noche gris de Lima, la Lima que devorábamos cada sábado como animales hambrientos y hermosos que éramos en aquella época simple de la vida. Ahora me pregunto: y si todo era tan simple, cuándo se complicó todo, cuándo apareció el estrés, las obligaciones, el trabajo para ayer, cuando se acabó la fiesta y empezó la resaca.



(Continuará en "La vida a comienzo de los treinta" de próxima aparición)