Hoy tenía hambre y no se cocinar, gran dilema. Eran las diez de la noche, la panadería cierra temprano y ni que decir de los restaurantes, ni uno abierto a esa hora, ni siquiera los de pollo a la brasa, además pollo todos los días no es la voz, como no es la voz recurrir a lo que recurrí. Ayer fue sopita ramen para el alma fría. Con el puto frío que hacía la sopa se deslizó por la garganta y cayó en el estómago como la sopita de cabello de ángel de la vieja. Obvio, nunca es lo mismo, la sopa ramen es un paliativo momentáneo, pero no puedes estar todos los días con la misma dieta por más clima gélido que haga. Así no juega Perú. Entonces hoy estaba descartada la sopa. El yogur con corn flakes tampoco era la voz. El yogur está más frío que el clima. El estómago y el alma piden algo caliente y no hay nada a tres cuadras a la redonda. Ni siquiera el sanguchón tóxico de la Tía Veneno. Para esto ya había salido de mi cueva en busca de la presa caliente, caminaba y me encontraba con la luz apagada de la tía. Maldición, es martes y a la tía se le ocurre que ese día es su día libre. Veo la avenida, hay pocos carros a esa hora, ya no pasan ni combis y la neblina bloquea la visibilidad, pero ahí, al fondo, una luz en la calle, tenía que ser un carrito sanguchero, no había otra. Con la imagen de un pan con pollo en mis manos caminé esas cuadras, entre gente con cara de cansancio y otros con cara de no me mires broder. Por fin llegué. Era otra tía, pero ésta sería tía política porque nunca la había visto por estos lares. Le encontré con una clienta que le pidió alitas broster pa llevar, mientras cantaba una balada para secretarias románticas que escuchaba en sus audífonos, ajena al frío y a la humedad. La verdad vi las papitas fritas y me provocó. La palabra broster me remitió inmediatamente a las tardes domingueras con Kentucky, con barril en la mesa y cada quien cogiendo su presa con la mano. Uffffff. Lo pedí pa llevar también.
La tía ya tenía las papas listas, las acababa de sacar de la sartén donde seguía hirviendo el aceite color gasolina. El pollo lo tenía en un balde, no como los de Kentucky sino en su versión chicha. Nada de eso importó, ya para ese momento pensaba con el estómago. Cruce la avenida, atravesé el parque, abrí mi puerta, subí las escaleras, otra puerta, era el último obstáculo. Me senté, abrí la bolsa de plástico. Y ahí pude ver la triste realidad de la independencia, el amargo sabor que deja ser un soltero que no sabe cocinar. En el plato de plástico se exhibía lo peor de la comida de medianoche, la decadencia del fast food de tres lucas. Un trozo de pollo medio amarillo barnizado en aceite de avión flotando en un cúmulo de papas sobresaturadas de grasa, y encima ese combo maquillado con todas las cremas. Lo vi y me dio pena. Pero que hacía pues, el críter pedía su ración de alimento, y con el críter que tenemos en el estómago no se juega. Caballero nomás, a la guerra. Empecé por la papas, las alucinaba menos tóxicas. Mentira. Seguí con el pollo, que ya lo veía tóxico, pero era radioactivo. Perdí la batalla y quedó herido el combatiente a los diez minutos de iniciado el match. No me recuperé, no pudieron las tacitas de manzanilla ni anís contra la sartén de aceite y el balde de grasa.
Estoy herido, perdí la batalla, pero la comida da revanchas. Lo he decido, voy a cocinar. Voy a comprar ese manual de guerra que es Cocina para Dummies para dejar de ser un dummie que a las diez de la noche sale al frío de la avenida a intoxicarse del veneno de las tías medianocheras con su carretilla de fritangas al paso.
La tía ya tenía las papas listas, las acababa de sacar de la sartén donde seguía hirviendo el aceite color gasolina. El pollo lo tenía en un balde, no como los de Kentucky sino en su versión chicha. Nada de eso importó, ya para ese momento pensaba con el estómago. Cruce la avenida, atravesé el parque, abrí mi puerta, subí las escaleras, otra puerta, era el último obstáculo. Me senté, abrí la bolsa de plástico. Y ahí pude ver la triste realidad de la independencia, el amargo sabor que deja ser un soltero que no sabe cocinar. En el plato de plástico se exhibía lo peor de la comida de medianoche, la decadencia del fast food de tres lucas. Un trozo de pollo medio amarillo barnizado en aceite de avión flotando en un cúmulo de papas sobresaturadas de grasa, y encima ese combo maquillado con todas las cremas. Lo vi y me dio pena. Pero que hacía pues, el críter pedía su ración de alimento, y con el críter que tenemos en el estómago no se juega. Caballero nomás, a la guerra. Empecé por la papas, las alucinaba menos tóxicas. Mentira. Seguí con el pollo, que ya lo veía tóxico, pero era radioactivo. Perdí la batalla y quedó herido el combatiente a los diez minutos de iniciado el match. No me recuperé, no pudieron las tacitas de manzanilla ni anís contra la sartén de aceite y el balde de grasa.
Estoy herido, perdí la batalla, pero la comida da revanchas. Lo he decido, voy a cocinar. Voy a comprar ese manual de guerra que es Cocina para Dummies para dejar de ser un dummie que a las diez de la noche sale al frío de la avenida a intoxicarse del veneno de las tías medianocheras con su carretilla de fritangas al paso.
3 comentarios:
Cocinar es la voz! Ya no me imagino vivir solo sin eso (aunque no cocino tan seguido como quisiera).
Mira aquí (pronto -cuando tenga tiempo- más recetas)
Genial el blog de recetas. Excelente para novatos.
hola. Tambien puedes visitar este sitio de recetas de cocina para aprender a cocinar facil.
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