Vi un video donde entrevistaban a Alicia Bisso (del blog Busco Novio de El Comercio) y no sé cómo michi salió este texto. Supongo que está algo inspirado en ella, lo que no significa que la alucine así.
Te observo como te deslizas suavemente por la ciudad, pasas de bar en bar, de hueco en hueco, con solvencia, con prestancia, como si el mundo o Lima, esta ciudad, fuera tuya, y estuviera a tus pies.
Te veía los jueves en el Juanitos, en la mesa de cada jueves, la que compartes siempre con mucha gente, riéndote de la vida, disfrutando sus placeres en cada vaso de cerveza, en cada butifarra. Los mozos te atendían con preferencia, y nunca por la propina que dejaban, sino por el aura de diosa que proyectabas y que hacía que ellos giren alrededor tuyo, con deferencia a tus pedidos, con atención a tus palabras. Yo en otra mesa, compartía también con amigos, pero más atento a tus movimientos que a la conversa de nada.
Cuando la noche caía, muchos eran los que te querían llevar, ay ingenuos, tú, mujer independizada, cogías tu hatchback y enrumbabas por la playa rumbo a tu depa, con el volumen en 20 y una canción de Pulp sonando en tu stereo. Yo tarareaba la misma canción desde otro rincón de la ciudad, imaginando tus ojos frente al volante, atenta a las curvas, pensando en el mañana.
Al día siguiente, fresca, como si nada de lo de ayer hubiera existido, como si haber entrado a los 30 te diera más resistencia, almorzabas algo marino con la gente de la oficina. A tu lado, tu jefe se enorgullece de tenerte en su equipo, te exhibe ante los clientes. Tú, obviamente, no te percatas de esto. Simplemente muestras un poco de ese estilo cosmopolita que sudas por los poros, como lo más natural del mundo. Y yo te imagino en mi cuarto, a mí poniendo la mesa, los manteles, los cubiertos, para el deguste de la reina que eres, tratando que aceptes entrar a esta cabaña plebeya que no es digna de tener tu presencia.
Esa noche de viernes recibes varias llamadas, no sabes dónde ir, qué invitación aceptar, por fin, decides salir con las chicas de tu grupo a algún bar con música ochentera, total, igual los galanes se aproximaran al rincón de la barra donde están, te invitarán a bailar, aceptarás a unos, a otros no, estarás cansada de tanto baile, de tanto gileo monse, prefieres seguir el movimiento desde tu burbuja dorada, tomándote un apple martini, indiferente a la mirada del chico del costado que en su mejor camisa de fin de semana ensaya su sonrisa más seductora, la cual no es suficiente para alcanzar tus alturas cósmicas. Por mi lado, te espiaré desde mi rincón, con mi chela en la mano, imaginando qué te diría de tener un minuto en la pista contigo, un minuto bailando algo de Pixies quizás, viéndote bailar como si bailaras sola.
El sábado transcurre entre tu cuarto, la laptop, el almuerzo con la familia y la tarde con la amiga al teléfono. Para la noche ya tienes un cumple en un restaurant in de la ciudad, creo que se llama Huaringas o algo así, étnico, novoandino. Yo me quedé con mi carro en la puerta, esperando tu salida. Huiste de ese lugar, divertida, lista para seguir la noche, pero esta vez tocaba en el depa de alguien, pararon en el Select más cercano a comprar sendos six, cajetillas de puchos, botellas de vodka, harto hielo, los implementos para vivir la noche en esos 100 metros cuadrados de esa esquina de Miraflores o Barranco. Desde afuera se veían las sombras de la pachanga, iban y venian, se oía también las risas, el tintinear de los vasos, la música girar en el tornamesa de tu cuerpo. Por momentos me parecía divisarte en la sombra furtiva de la cortina o en la imagen borrosa del balcón. La noche me ganó, el cansancio fue más. Me dormí esperándote. En la mañana, la fiesta era un buen recuerdo en sus memorias, una sonrisa en tu cara. Despeinado de amanecida, encendí el bolocho y entonces te vi. Los vi. Él te despedía, tú salías recién bañada, fresca, lista para el domingo o para la siguiente semana.
Puse primera y te sobrepasé, sin importarme la forma cómo se despedían, sabía que era algo ocasional en tu vida, algo de fin de semana. Sabía que en algún momento tendría mi oportunidad, que mi chance estaba abierta en cada jueves o viernes o sábado.
Te veía los jueves en el Juanitos, en la mesa de cada jueves, la que compartes siempre con mucha gente, riéndote de la vida, disfrutando sus placeres en cada vaso de cerveza, en cada butifarra. Los mozos te atendían con preferencia, y nunca por la propina que dejaban, sino por el aura de diosa que proyectabas y que hacía que ellos giren alrededor tuyo, con deferencia a tus pedidos, con atención a tus palabras. Yo en otra mesa, compartía también con amigos, pero más atento a tus movimientos que a la conversa de nada.
Cuando la noche caía, muchos eran los que te querían llevar, ay ingenuos, tú, mujer independizada, cogías tu hatchback y enrumbabas por la playa rumbo a tu depa, con el volumen en 20 y una canción de Pulp sonando en tu stereo. Yo tarareaba la misma canción desde otro rincón de la ciudad, imaginando tus ojos frente al volante, atenta a las curvas, pensando en el mañana.
Al día siguiente, fresca, como si nada de lo de ayer hubiera existido, como si haber entrado a los 30 te diera más resistencia, almorzabas algo marino con la gente de la oficina. A tu lado, tu jefe se enorgullece de tenerte en su equipo, te exhibe ante los clientes. Tú, obviamente, no te percatas de esto. Simplemente muestras un poco de ese estilo cosmopolita que sudas por los poros, como lo más natural del mundo. Y yo te imagino en mi cuarto, a mí poniendo la mesa, los manteles, los cubiertos, para el deguste de la reina que eres, tratando que aceptes entrar a esta cabaña plebeya que no es digna de tener tu presencia.
Esa noche de viernes recibes varias llamadas, no sabes dónde ir, qué invitación aceptar, por fin, decides salir con las chicas de tu grupo a algún bar con música ochentera, total, igual los galanes se aproximaran al rincón de la barra donde están, te invitarán a bailar, aceptarás a unos, a otros no, estarás cansada de tanto baile, de tanto gileo monse, prefieres seguir el movimiento desde tu burbuja dorada, tomándote un apple martini, indiferente a la mirada del chico del costado que en su mejor camisa de fin de semana ensaya su sonrisa más seductora, la cual no es suficiente para alcanzar tus alturas cósmicas. Por mi lado, te espiaré desde mi rincón, con mi chela en la mano, imaginando qué te diría de tener un minuto en la pista contigo, un minuto bailando algo de Pixies quizás, viéndote bailar como si bailaras sola.
El sábado transcurre entre tu cuarto, la laptop, el almuerzo con la familia y la tarde con la amiga al teléfono. Para la noche ya tienes un cumple en un restaurant in de la ciudad, creo que se llama Huaringas o algo así, étnico, novoandino. Yo me quedé con mi carro en la puerta, esperando tu salida. Huiste de ese lugar, divertida, lista para seguir la noche, pero esta vez tocaba en el depa de alguien, pararon en el Select más cercano a comprar sendos six, cajetillas de puchos, botellas de vodka, harto hielo, los implementos para vivir la noche en esos 100 metros cuadrados de esa esquina de Miraflores o Barranco. Desde afuera se veían las sombras de la pachanga, iban y venian, se oía también las risas, el tintinear de los vasos, la música girar en el tornamesa de tu cuerpo. Por momentos me parecía divisarte en la sombra furtiva de la cortina o en la imagen borrosa del balcón. La noche me ganó, el cansancio fue más. Me dormí esperándote. En la mañana, la fiesta era un buen recuerdo en sus memorias, una sonrisa en tu cara. Despeinado de amanecida, encendí el bolocho y entonces te vi. Los vi. Él te despedía, tú salías recién bañada, fresca, lista para el domingo o para la siguiente semana.
Puse primera y te sobrepasé, sin importarme la forma cómo se despedían, sabía que era algo ocasional en tu vida, algo de fin de semana. Sabía que en algún momento tendría mi oportunidad, que mi chance estaba abierta en cada jueves o viernes o sábado.